REY DE LA BASURA

Hubo un momento, allá en los inicios, en que el planeta sufrió una indigestión ante la acumulación de residuos en el interior de su vientre. Aún no se conocía el bicarbonato por lo que los ardores eran terribles. Papá volcán, molesto, espulsó el indeseado magma formando lo que se conoce como corteza terrestre. Allí proliferaron toda clase de bichos que vivían de la basura intestinal del planeta y peleaban entre sí por hacerla suya. Fue entonces cuando apareció aquel bípedo extraño y todo se revolucionó hasta límites insospechados. Al poco, de común acuerdo, eligieron al más hábil depredador, el ser llamado hombre, como Rey de la basura.
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SOLUCIÓN FINAL (Un ¿cuento? con mala leche)

El mandatario, apesadumbrado, firmó el proyecto. Se trataba de una medida necesaria que beneficiaría a casi 40 millones de ciudadanos. Al fin y al cabo y teniendo en cuenta que solo una ínfima parte de la población debería sacrificarse en aras del bien común, la medida no dejaba de tener su punto de humanidad pues ensanchaba la posibilidad de encontrar empleo a los que se quedaban en el país, dado que disminuía el número de demandantes. Siempre quedaba el recurso de repetir con una segunda tanda de personas, si no bastaba con este primer intento. La salida del terrible túnel que oscurecía desde hacía años las cifras del desempleo, imponía medidas extremas y él, como persona concienciada y sabedor de que el fin casi siempre justifica los medios, liberaba su conciencia de hombre creyente, recto y sabio. Besó la cruz colgada al cuello y se fue a la cama.
Al día siguiente, la presidenta de la Junta Continental de Países Avanzados —la ínclita señora Lekrem—, recibió el mensaje escrito del gobierno español donde se les autorizaba para internar a tres millones de ciudadanos españoles adultos, de ambos sexos, en el remodelado campo de exterminio de Auschwitz.
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